Escritos


 




Todos tenemos ese lugar, ese espacio o ese rincón, que nos saca del arduo caminar y el afán de la vida,  y que solo nos pertenece a nosotros. Nos replanteamos lo que hemos vivido y miles de sueños estancados pasan por nuestra mente con el mismo deseo de que se hagan realidad aunque sepamos que están congelados por el cansancio y el dolor que provoca el esfuerzo por alcanzarlos. Ese espacio donde sólo nos pertenecemos a nosotros; fuera de las voces ruidosas de nuestro al rededor. Donde solo te ves a ti como si estuvieras en una banca con la otra parte del asiento vacío. La esperanza es fuerte y débil a la vez porque no hay un momento mas vulnerable para nosotros que ese en donde nadie te ve y nadie te escucha.

En ese momento nuestros labios no tienen necesidad de pronunciar palabras porque la esencia de quienes somos suena por si sola con voz propia y fuerte. Lo suficientemente audible para nosotros y lo suficientemente muda para quien no ve mas allá que nuestro rostro fingiendo una sonrisa. Donde tienes la libertad de mostrarte delante de Jesús sin máscaras, sin fingimiento, sin apariencias.

Quiero que sepas que no siempre necesitas decir algo en voz alta para sentirte escuchado(a) por Él, ni estar en perfectas condiciones para acercarte a Él. No siempre necesitas repetir lo que haz dicho antes porque Él sabe que a veces el cansancio es tanto que duele el alma al intentar pronunciar palabra. En ocasiones, tus lágrimas son suficiente comunicación. Y cada una de ellas las entiende Jesús. Él entiende que no siempre tienes ganas de levantarte de la cama, que no siempre tienes ánimo de seguir adelante; Él entiende tus luchas, tus desánimos y tus silencios. A veces nuestro encuentro con ÉL no es mas que un profundo silencio y lágrimas en nuestras mejillas. 

Jesús vivió el desgarrador momento de la aflicción y la soledad estando en el monte de los olivos orando porque estaba a punto de enfrentar la muerte. Él sabe lo que es sentir miedo, angustia, desesperanza porque nada podía evitar su sufrimiento. Nadie mas que Él para entender tus lágrimas en el silencio y la soledad. Pero lo mejor, es que nadie te reconfortará como solo Él lo hace. Siempre estará dispuesto a acompañarte aunque no digas nada. Nuestra esperanza está en su amor, está en Él y es Él. 

Jesús te ama.

"Nuestro Sumo Sacerdote comprende nuestras debilidades, porque enfrentó todas y cada una de las pruebas que enfrentamos nosotros, sin embargo, él nunca pecó." (Hechos 4:15)


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